Llega el Sabado de Pasión a nuestro pueblo, como llegó la primavera y como tantos años lleva llegando este día que tiempo atrás era, al menos para mí, el más grande.
Sabado antes de Ramos, donde acaba la cuaresma, donde sentímos la pasión de lo que mañana aparece y donde hoy disfrutamos como aquellos jovenes cofrades sanjuaneros de décadas pasadas.
Sabado también de Amor, de amor a ese Cristo pequeño, menudo pero imponente de talla que es el que como desde casi veinte años porto sobre mis hombros, por Él que aún no pienso en irme, por el que cada año desgarro mis rodillas entrando en su parroquia y por el que no dejo de agradecer todo lo que me dió como cofrade y como costalero allá a principios de los noventa del siglo pasado, sí, del siglo pasado.
Cuanto ha pasado ya, cuanta gente por sus trabajaderas y cuantos siguen llegando de mi mano porque yo abro la puerta a todo el que quiera entrar y disfrutar de ésto, porque en silencio con la única melodía que tres instrumentos de capilla puedan ofrecerte tambien se disfruta, y mucho.
Y como se asienta Madre, como se asienta de vuelta el de seis por cuatro, veinticuatro.
Él fue el primero, el me dió la oportunidad y a Él todo se lo debo como costalero.
Y sábado tambien de Dolor, el dolor que una Madre siente cuando durante horas ve como su hijo, unas decenas de chicotás más adelante, aparece clavado en la cruz camino de ese calvario sanjuanero que es la dificil subida a su Barrio Alto.
Porque este Cristo, esta Virgen y esta hermandad no es de ningún barrio, esta hermandad es sencillamente de San Juan y a San Juan entero se muestra.
Asignatura pendiente, una de ellas, ser costalero de Nuestra Señora de los Dolores. El destino quiso que aquel año (91 ó 92, no recuerdo) entrase en la cuadrilla del Cristo pero es que entonces en el palio no entraba cualquiera, aquella era una cuadrilla de bandera de gente importante, de maestros del costal de los que algún día hablaremos.
No quiero abandonar este oficio sin ser costalero de Ella.
Ahora mientras escribo acabo de escuchar a mi madre decirme que ya tengo preparada la ropa, como antes, como siempre y le he respondido que saque mi medalla y la deje junto al costal porque este año vuelvo con mi medalla a mi casa, a mi hermandad, aquella medalla que nunca debí dejar a un lado por mucho que me doliera.
Mi casa, la de mis padres, huele a incienso y al frito de la torrija casera, suena a "Pasan los Campanilleros" de Tejera y se respira la pasión de un día irrepetible para todo aquel que siente en sanjuanero y siente en costalero.